El desaseo en la elección presidencial desnudó el sistema
EU, "gran república bananera"
JIM CASON Y DAVID BROOKS CORRESPONSALES
Washington, 2 de enero. Cada día surgen más evidencias de que el ganador de la reciente elección presidencial estadunidense fue el perdedor: el margen del triunfo de George W. Bush sobre Al Gore en Florida, entidad que determinó la elección nacional, pasó de mil 700 votos a 900 el día de los comicios, luego de 537 (la cifra oficial certificada) a 154, y ahora a sólo 24 (con miles de boletas aún por contar). Empero, como quedó comprobado, el sufragio del pueblo estadunidense no cuenta (o no se cuenta bien).
Los comicios, en los que sufragaron 100 millones de electores, fueron determinados al final por un solo voto: el de un juez de la Suprema Corte.
Con ello concluyó un proceso electoral sin precedente, por varios aspectos: fue una elección de la que jamás se conocerá el resultado preciso, donde ganó un candidato que perdió el voto popular; en ella se eligió a un muerto y en el Senado a una todavía primera dama; dejó en el desempleo a un político que "nació para ser presidente"; alrededor de 2.5 millones de votos no fueron contabilizados; fue un proceso manchado por maniobras para suprimir el sufragio negro en algunas partes del país, y hubo ciudadanos que votaron varias veces.
Todo este espectáculo costó tres mil millones de dólares. O sea, la democracia a la "americana".
Por lo menos se volvió interesante. Las campañas sin brillo, que amenazaron con matar de aburrimiento a millones (incluso, algunas cadenas de televisión decidieron, por primera vez, no trasmitir en vivo uno de los debates entre los dos aspirantes presidenciales, por falta de interés del público), concluyeron con una participación electoral de sólo 51 por ciento del electorado.
Una tercera parte de los estadunidenses se informaba de las campañas no por los noticieros y periódicos, sino a través de los programas de charla o de corte cómico. Pero al estallar la pugna sobre quién ganó, finalmente la contienda electoral captó el interés popular, pero más por espectáculo que por sus implicaciones.
Sin embargo, aunque estaban en disputa los principios fundamentales de esta democracia, al alargarse el proceso, la gente empezó a quejarse de fastidio, y deseaba que el conflicto terminara sin importar quien fuera el ganador (con excepción, claro, de los políticos, sus aliados y sus bases activistas).
La noche del 7 de noviembre, de alguna manera, "se cayó el sistema". Fracasaron los medios, encargados hasta ahora de anunciar el nombre del ganador antes que las autoridades, al cometer una serie de errores graves con base en su ''sofisticado manejo'' de las "encuestas de salida" y el análisis instantáneo.
Esa noche, cinco cadenas en competencia por ser la primera, o por lo menos no la última (ABC, CBS, NBC, Fox, CNN), anunciaron primero que el demócrata Al Gore había ganado en el estado de Florida y con ello la presidencia.
Poco después, retiraron la afirmación sólo para cometer de nuevo el error al anunciar, a eso de las dos de la madrugada, que el republicano George W. Bush había ganado Florida. Menos de dos horas después, retiraron ese anuncio. Todo esto inició un proceso donde el "sistema" electoral y político estadunidense perdió credibilidad (la que aún tenía) y acaba con un cuestionamiento sobre la legitimidad del resultado.
Cinco semanas después de la elección del 7 de noviembre se conoció el nombre del próximo presidente: el gobernador de Texas, George W. Bush. El demócrata Al Gore, después de 25 años de servicio publicó -primero como representante, después senador, más recientemente vicepresidente y ahora desempleado- tenía todo para ganar esta competencia. El auge económico más largo de la historia reciente, ocho años en la mira pública, un contrincante con poca experiencia frente a un partido poco unido, y con un presidente que a pesar de sus escándalos personales aún conservaba un alto nivel de aprobación pública.
Lo peor es que muy posiblemente Gore ganó esta contienda, pero nadie lo sabrá por un tiempo, si acaso. Como dice el dicho, "arrebató la derrota de las mandíbulas de la victoria".
Pero el verdadero perdedor de esta elección fue el mito de la democracia electoral estadunidense. El principio fundamental de que "cada voto cuenta" y que cada ciudadano tiene un derecho sagrado a expresarse al elegir un "gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo" fue destrozado. No sólo no se contaron algunos votos en Florida, donde se determinó el triunfador del concurso para la Casa Blanca, sino que se reveló que el sistema electoral estadunidense no está estructurado para registrar de forma precisa la "voluntad del pueblo". Se calcula que a escala nacional no se contaron unos 2.5 millones de boletas legalmente emitidas.
Irregularidades sin corregir
Además, quedó claro que se cometen irregularidades que jamás son corregidas o atendidas, entre ellas la supresión del voto de ciertos sectores, particularmente el de los pobres y las minorías, votos múltiples, padrones que incluyen a miles de muertos o a más personas que las que residen en un distrito, máquinas de conteo de voto tan viejas que no registran de forma precisa el sufragio, etcétera.
También se exhibieron las fallas fundamentales del proceso electoral, entre las cuales está la carencia de una ley federal para determinar cómo se vota y se cuenta ese voto (algo que se deja en manos de cada estado), así como la ausencia de autoridades electorales autónomas e imparciales.
Todo esto quedó expuesto sólo porque la elección fue la más apretada de la historia. En el voto popular, Gore logró una ventaja de unos 500 mil votos de los 100 millones emitidos. En Florida, epicentro de la crisis poselectoral, el margen oficial por el cual ganó Bush fue de 537 sufragios de los casi 6 millones emitidos.
Y por primera vez desde 1888, la función del Colegio Electoral se volvió un asunto relevante, recordando a todo mundo que en Estados Unidos no hay voto directo para presidente y que el ganador es aquel candidato que obtenga una mayoría de "electores" que se ganan a nivel estatal en una elección presidencial (el ganador del voto en un estado, gana -con algunas excepciones- todos los votos electorales de ese estado), y no por la mayoría del voto popular.
Cuando se inició la pugna por los resultados y la subsecuente investigación del proceso electoral, todos estos aspectos de un aparato electoral que no está diseñado para registrar con precisión la voluntad popular, fueron expuestos a la luz.
Así, empezaron las acusaciones de irregularidades, de supresión de votos, de fraude selectivo, de intimidación de autoridades electorales, y hasta de "golpes de estado" judiciales al entrar la pugna en los tribunales estatales y federales. Es entonces cuando varios observadores, dentro y fuera del país, deciden que el último superpoder, en algún sentido, no es más que una enorme "república bananera".
Los 36 días de pugnas poselectorales sobre conteos y recuentos manuales, sobre tipos de boletas y tendencias extrañas en el voto de ciertos condados, y la falta de autoridades electorales imparciales (la máxima autoridad electoral en Florida es republicana, la mayoría de los jueces de la Suprema Corte estatal fue nombrado por demócratas, las juntas electorales están conformadas por miembros de ambos partidos, etcétera), culminaron no con una determinación de la voluntad del pueblo, sino de cinco contra cuatro jueces de la Suprema Corte de Estados Unidos, para nombrar al próximo presidente.
Por cierto, esta semana el rotativo Orlando Sentinel de Florida reportó que un recuento de boletas disputadas en un condado mayoritariamente republicano, detectó otros 130 votos no registrados en el conteo oficial a favor del demócrata Gore. Si éstos se incluyen en los resultados del recuento interrumpido y nulificado por el fallo de la Suprema Corte de Estados Unidos con el cual concluyó la elección, el margen de ventaja real de Bush sería de sólo 24 votos (con más de 10 mil boletas disputadas no inspeccionadas aún).
Todo indica que en unas cuantas semanas, o meses cuando mucho, se determinará que Gore ganó el voto en Florida, y con ello el Colegio Electoral; pero será demasiado tarde.
Así, el 2000 termina con un presidente electo por menos de una cuarta parte del electorado estadunidense. Mientras tanto, el proceso electoral también resultó en un gobierno casi perfectamente dividido entre los dos principales partidos; el Senado quedará con 50 demócratas y 50 republicanos (el vicepresidente tendrá el voto para romper empates) y una Cámara con una pequeña mayoría republicana.
Sin embargo, el país no está dividido, a pesar de una contienda tan disputada que en cualquier otro país sería considerada como una crisis nacional que arriesga una guerra civil. La cúpula política fue la dividida, pero la mayoría de la población decidió que estaba más fastidiada que lista para defender con sus vidas a uno u otro de los bandos en la disputa.
Ya de por sí, la tendencia histórica de los últimos años es que sólo la mitad del electorado participa en las elecciones presidenciales (menos en las legislativas) y quien gane cerca de una cuarta parte del voto de los electores con derecho a participar es el triunfador de un mandato popular (a pesar de que tres cuartas partes del electorado nó voto a favor de él). Con lo que quedó expuesto después de este ciclo electoral, será difícil convencer a amplios segmentos de la población de que "su voto cuenta".
En la "democracia modelo" del mundo, ahora no son pocos los que hablan de la urgencia de promover un gran movimiento por la democracia en este país.